El iba vestido pobremente. Se acercó como muchos otros a la puerta de la casa y un guardian al verlo le dijo de malas maneras que se fuera.
Y se fue al centro de la ciudad, se afeitó, se perfumó y se compró ropa elegante: una preciosa chilaba de seda.
Volvió a la boda y no solo lo dejaron entrar, sino que creyéndole alguien muy principal, lo sentaron en la mesa de los novios. Los invitados cuchicheaban sobre quén sería aquel personaje tan elegante.
Cuando sirvieron los manjares, en el primer plato, puso la manga de su chilaba en la sopa. Al verlo el padre de la novia se levantó y discretamente le indicó que estaba ensuciándose el vestido. Al segundo plato hizo lo mismo, y una nueva indicación.
Cuando estaba a punto de poner la manga de su chilaba de seda en el plato de cordero con salsa, y recibir el amable aviso, esta vez del padre del novio, les dijo:
"Vosotros no me habéis invitado a mi, sino a mi chilaba. Es justo pues que sea ella quien deguste los manjares".
"Dormir al raso", de P. Moreno Torregrosa y M. El Gheryb
Ediciones VOSA
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